top of page

Cuando todos quieren libertad, pero nadie pone: el experimento Grafton


Grafton, New Hampshire, fue elegido como ratón de laboratorio libertario.. Imagen: Imagen web
Grafton, New Hampshire, fue elegido como ratón de laboratorio libertario.. Imagen: Imagen web

Un grupo de libertarios soñó con fundar un paraíso de la libertad individual, sin Estado, sin impuestos, sin reglas. Lo que consiguieron fue un pueblo con basura acumulada, incendios sin bomberos… y osos en las cocinas.

En Grafton, un pequeño pueblo de New Hampshire, Estados Unidos, se intentó aplicar la ideología libertaria a rajatabla. El experimento terminó mal. No por mala suerte, sino por una razón económica simple: cuando nadie quiere poner, todos pierden.

Todo comenzó en 2004, cuando un grupo de libertarios —inspirados por el Free State Project— eligió Grafton, un pueblo con poco más de mil habitantes, como el terreno ideal para probar su utopía. Querían eliminar los servicios públicos, reducir al mínimo los impuestos y dejar que el libre mercado resolviera todo. ¿La lógica? Si cada quien se ocupa de lo suyo, el Estado sobra. ¿El problema? Que los osos no conocen de ideología.

Redujeron el presupuesto municipal, desmantelaron servicios como los bomberos voluntarios y se negaron a pagar por el mantenimiento de caminos o la recolección de basura. Las reuniones comunitarias se convirtieron en trincheras ideológicas: de un lado, los recién llegados defendiendo la libertad absoluta; del otro, los residentes de toda la vida preguntándose quién iba a apagar el próximo incendio. La idea era simple: menos gobierno, más libertad. Pero lo que ganaron en autonomía, lo perdieron en convivencia y servicios básicos.

Con menos normas y menos servicios, llegó más libertad… también para los osos. Literal. La basura sin recoger, los gallineros sin protección y la ausencia de regulaciones atrajeron a decenas de osos negros al pueblo. Entraban a las casas, hurgaban en los basureros, y en más de un caso, obligaron a los vecinos a armarse. Lo que empezó como un sueño de soberanía individual terminó en estado de emergencia improvisado. Y todo porque nadie quería pagar lo que cuesta vivir en comunidad.

El experimento falló porque ignoró algo básico: ciertos servicios, como la seguridad, la limpieza o los caminos, son bienes públicos. Si nadie los financia, simplemente no existen. La basura acumulada y la falta de bomberos no son una anécdota pintoresca, son externalidades negativas que se multiplican cuando el interés individual ignora el bienestar colectivo. La teoría libertaria sugiere que el mercado puede hacerlo todo. Pero en Grafton, ni los osos ni el fuego atendieron a las leyes de la oferta y la demanda.

Para quien estudia economía, Grafton es más que una anécdota con osos: es un caso de estudio sobre los límites de la ideología sin contexto. Enseña que ninguna teoría funciona en el vacío, que las decisiones económicas tienen consecuencias sociales, ambientales y políticas. También recuerda que el Estado no es un estorbo automático, sino a veces, el único garante de lo que nadie quiere pagar pero todos necesitan. Como en clase, la libertad suena bien, hasta que alguien tiene que barrer el aula.

Grafton quiso ser un santuario de libertad y terminó siendo un recordatorio de que vivir en sociedad implica responsabilidades compartidas. Sin reglas, sin impuestos y sin Estado, lo que floreció no fue la armonía, sino el caos. Porque cuando todos quieren libertad, pero nadie quiere ceder, organizarse o contribuir, el resultado no es progreso. Es desorden… y osos hambrientos en la puerta.


Por: José Díaz Montenegro
Director Carrera de Economía Presencial de la Unemi
 
 
 

Comentarios


Blog Económico del Grupo de Investigación Económica de la Unemi

  • Facebook Black Round
bottom of page